No dudes

*Faltan varios saltos entre versos del original (problemas con el formato -o con mi ignorancia- del wordpress). Bueno, así experimento.

 

 

No dudes

Así que,

por fin,

quedamos los dos

para toquetearnos,

para culminar

lo preestablecido:

primero,

los dos besos de rigor,

luego nos tomamos

un par de cervezas

y nos fuimos

a tu hotel

(con algún beso de más)

 

y mientras cogías

la sartén por el mango

dudaste

que sí, que no;

primero cenar, decías

y yo te dije

que mejor ahora,

que el pájaro ya estaba

cantando

y tú, que no,

que mejor cenar antes.

y se cenó.

 

y empezaste a hablar

y hablar:

que si el hombre era

opresor,

que si vamos a la

huelga,

que si todos

estábamos

chalados

y joder,

qué mierda pasa, pensé

 

al final,

cansado, bloqueado

y aturdido,

te dije

que me iba

a casa

y tú te cabreaste;

joder,

te cabreaste de verdad:

digamos

que todo el cabreo

de la ciudad

se concentró en ti

(y creo que aún lo estás)

y la cena fue

nuestra despedida,

y la duda fue

quizá tuya, quizá mía

y cada uno durmió

en su cama

solo,

 

y Dios

 

en la de todos.

Tuberculosos (último borrador)

Tuberculosos

La madre de Javi llamó a mi vecina por teléfono preguntando por mí. Nosotros no teníamos teléfono; estábamos en muchos aspectos atrasados unos 10 o 20  años, tecnológica y puede que psicológicamente. Mi vecina asomó la cabeza por la puerta, que nunca se cerraba durante el día,  y pareció estar un poco asustada. Apenas entró y nos dio la noticia.
—Tenéis que llevar a Simon al médico inmediatamente.

—¿Por? —preguntaron mis supuestos padres sin apartar la vista del televisión.

—Su amigo Javi ha cogido la tuberculosis.

—¡Me cago en la puta hostia! —contestó el hombre de la casa al tiempo que se alejaba de un salto de mí.

Así que esa misma tarde estábamos en urgencias. Me hicieron unas pruebas rápidas y también me sacaron un par de veces sangre. El médico nos comentó de que era harto improbable que me hubiera contagiado, que no presentaba síntomas y que estuviéramos tranquilos; naturalmente a ninguno consiguió convencernos. Pero bueno, nos fuimos a casa y seguimos con la misma rutina de siempre.

A día siguiente fui a ver a Javi. Me recogió su madre de casa y me llevó allí. Su madre me parecía un mujer muy amable, lista y simpática; un modelo contrario a lo que yo estaba acostumbrado. Javi estaba acostado en una típica cama de hospital. A mí me parecían tétricas.

—¡Hola, Simón! —me saludo ladeando un poco la cabeza.

—Hola, tío. ¿Cómo estás?

—Bien —dijo mientras se percataba de que yo le estaba mirando la mascarilla.

—No te preocupes por esto; lo llevo por mí: en mi estado sería peligroso si pillara hasta el más mínimo resfriado. La mierda esta me ha dejado hecho polvo.

Me pareció que era cierto, pues, desde la última vez que lo vi, antes de irse de vacaciones de verano, había perdido varios kilos. Y su cara era la cara del cansancio personificado.

—¿Quieres tomar algo, Simon? —me preguntó su madre mientras le arreglaba la cama a Javi.

—Con agua será suficiente, muchas gracias.

—Voy a traeros algo de merienda —dijo como si no me hubiera escuchado, salió del cuarto sonriendo.

—Oye, Javi, ¿no ha venido a verte Raimundo?

—¡Que va! Ya sabes como es su madre; seguro que lo tendrá encerrado bajo llave. Y él mismo estará bastante cagado —añadió riéndose.

Nos reímos juntos de buena gana aunque yo estaba bastante cagado, también.

—Tío, he perdido medio pulmón izquierdo.

—Joder.

—Y he vomitado sangre, con trocitos de carne. Yo creo que eran trozos de pulmón.

—No jodas —Él asintió.

—No jodas —repetí.

—Sí.

Ambos nos quedamos mirando la pequeña televisión de 14 pulgadas colgada de la pared.  Salía un hombre vendiendo algo para trocear fruta. Debajo de esta descansaba una Supernintendo.

—Al menos dicen que saldré bien de esta —dijo sin apartar la mirada del aparato.

—Claro, joder. Hoy en día la tuberculosis es una tontería de enfermedad —Pero eso no evitaba que yo tuviera una cantidad considerable de miedo.

—Pasaré aún un mes de reposo y recuperación. Bueno, jugaré a la consola.

Su madre volvió con la merienda y estuvimos un rato más hablando. Luego, me fui deseándole una pronta mejora y le prometí que volvería a visitarle pronto.

Esa misma tarde teníamos cita para recoger el resultado de las pruebas. El médico nos confirmó que estaba libre de toda sospecha y algo sobre que tenía un anemia bastante grande. El padre de familia no puso buena cara ante aquel comentario. Por la calle, de camino a casa le pregunté.

—¿La anemia es una enfermedad?

Él andaba por delante de mí, a unos dos metros de distancia.

—¿Porqué lo preguntas? —me dijo sin volverse siquiera.

—Cómo escuche al medico decir que yo la tenía…

Entonces, no sabía muy bien porqué, me dio una bofetada que me paró en seco. Lo miré sin comprender, con los ojos lagrimosos, la cara palpitando, roja y dolorida.

—No vuelvas a decir que tú tienes anemia o que estás enfermo. ¿Está claro?

Asentí débilmente, y no se volvió a mencionar nunca más.

Absolutamente todo (poema inédito)

Al paso que voy, mi segundo poemario saldrá mucho antes de lo que esperaba. Pues nada, ¡alegría!

 

Absolutamente todo

Cientos de ángeles cayendo

bajo la espada implacable

de Lucifer;

estrellas moribundas

que se colapsan

para esparcir su semilla

a cambio de nada;

inteligencia artificial

que, nada más despertar,

llora por la inhumanidad

del ser humano, de su padre,

del creador;

células que se transforman,

que se multiplican

y colaboran entre sí

en una hermosa sinfonía

para crear una nueva vida,

un nuevo y precioso milagro;

meteoritos,

fríos y temblorosos,

que pasan rozando, acariciando

a la Tierra,

pero perdonándola

al fin y al cabo…;

 

todas y cada una

de las partes

de una flor.

 

todo esto

y mucho más

podría yo darte,

 

pero primero

tendrías

           tú

 

que existir.

Ya veremos

Un nuevo poema (aunque fue escrito hace ya un tiempo). Y sí, ya lo sé, no es positivista.

En breve, muy breve, subiré algunos de los descartados de Soy de color transparente. Quién sabe, lo mismo a alguien le gusta alguno y todo.

Screenshot_2018-03-05-18-52-55

69 libros leídos en 2017 (más microrrelato de regalo)

Sí, lo sé; acabo de publicar un nuevo libro (mi segundo) y, en vez de hacer promoción a muerte, estoy aquí hablando de los libros que tuve el enorme placer de leer: así soy a veces.

Permitidme listar simplemente (ah, los adverbios) los títulos, que para mí es una cosa muy práctica y útil. Por último justifico esto añadiendo que yo elijo muy muy bien el 90%  de mis lecturas; osease que todos son lecturas muy recomendadas desde mi punto de vista.

Al final me permito (vaya) poner un antiguo microrrelato que estoy pensando añadir en Fragmentos de Frank Vol.2.

Por cierto, mi nuevo libro se llama Soy de color transparente y lo podéis encontrar -al menos teóricamente- en las mejores librerías.

Sigue leyendo

Libros leídos en 2016

*Más vale tarde que nunca, dicen.

Libros leídos en 2016

Me disculpo de antemano por las etiquetas que voy a aplicar a algunos de los títulos listados; ya sabéis, solo se trata de mi opinión personal. No comentaré todos, algunos por ser demasiados conocidos, y otros a saber porqué.

De enero a junio:

Sala número seis, de Antón Chéjov. Regusto amargo se me quedó al terminar esta pequeña novela -o relato largo-. Ahora, eso sí, está muy bien escrito.

Cuentos taoistas. Bellísimo.

American Goods, de Neil Gaiman. Te quiero, Gaiman.

Pregúntale al polvo, de John Fante. Brutal.

La máquina del tiempo, de Herbert George Wells.

Se busca una mujer, de Charles Bukowski.

Amanecer, de José Antonio Cotrina. Un relato que deja huella. De lo mejor que he leído a nivel nacional.

HicSunt Dracones, de Tim Pratt. Con este libro Pratt se convirtió en uno de mis autores favoritos (de este género), así que me recorrí la web en busca de posibles relatos en español por leer. Necesito más.

Cartero, de Charles Bukowski.

Cuentos para Argelnon III. Sigue leyendo

Platanero no tan borde (tercer borrador)

*Este pequeño relato lo escribí hará ya unos dos años (!). Hoy le he dado un pequeño repaso, y creo que ya está practicante listo. Lo dejaré aquí en reposo durante un breve tiempo, y lo corregiré una vez más (la última espero).

 

Platanero no tan borde

Con los codos en la mesa y la cabeza apoyada en las manos a modo de jarra (o más bien de copa), sigo mirando a un puñado de folios esparcidos sobre esta. La silla ya hace rato que se me hace incómoda, áspera al tacto, dura. Los folios, que desde siempre me han parecido unos fantásticos aliados, hoy se me antojan rebeldes, demasiado blancos, de un blanco nuclear. Son lo guardianes del NO. Parecen decir hoy no escribirás, Frank; es lo que hay. Son poderosos, perfectos, alejados de mí. Me supongo que así se sienten los demás cuando les llega el temible y verdadero bloqueo. Sonrío resignado y me consuelo al pensar que a mí pocas veces me sucede, que no hay nada que temer. ¿Verdad? En fin, que yo estoy bien. Seguro. A mí, los guardianes del NO, casi siempre me dicen que sí y se muestran muy colaboradores.  Pocas veces no he podido escribir en el mismo momento que he decidido hacerlo. Entonces, ¿por qué me siento así? Creo que no es por esto. No. Es la casa. Sí. Vivir en esta casa ya hace tiempo que me aburre, incluso hay veces que me asquea. Se me cae encima. Demonios, tengo que mudarme ya. Pero no es culpa suya, claro; yo soy el único responsable. Ella solo está intoxicada con mis mierdas. Yo y mis errores del pasado. Y espero, por la cuenta que me trae, haber aprendido de algunos de ellos.

Bebo un sorbo de té y dejo la taza en una esquina de la mesa. Putos folios. Creo que voy a cambiarme a la cerveza. Me inclino en la silla hacia atrás con las manos entrecruzadas en la nuca, y me estiro mirando al techo. También es blanco y enorme y vacío. Hoy todo parece vacío. Algunos escritores acabaron muy mal por abusar del alcohol. Miro los folios otra vez y suspiro. Por hoy creo que lo voy a dejar. Es mejor así. Pero entonces oigo una vocecita, suave, casi imperceptible, que me llama. Miro detrás de mí, pero sigo estando solo. Pero la pequeña voz insiste y me llama de nuevo: estoy aquí afuera, me dice. Me levanto y me voy hacia la ventana. Sigo sin ver a nadie. Solo están los árboles y el viento jugando con sus hojas. Soy yo, Frank. En la acera de enfrente hay una hilera de árboles, todos plataneros sombra, o plataneros bordes como los conocen algunos. Y uno de ellos, justo el que tengo delante, está demasiado inclinado, como si quisiera cruzar la acera con su copa. Sí, soy yo, insiste. El árbol parece estar observándome, y siento un pequeño escalofrío.

Miro al árbol fijamente.

—Ayúdame, Frank—. Vale, es él seguro.

Lo miro entornando un poco los ojos, al tiempo que me asomo demasiado por la ventana.

—Disculpa… —digo en un susurro y casi sin mover los labios— ¿Qué te ayude a qué?—Bueno, con mi historial pocas cosas me extrañan ya.

—A viajar.

—¿A viajar? —preguntó sentándome de nuevo en la silla— Pero eres un árbol…

—¿Y? Que tú no viajes no quiere decir que los demás no puedan hacerlo, Frank.

—Tienes razón, disculpa. ¿Y cómo puedo ayudarte yo? —Ahora solo veo su copa, pero me siento muy cercano a él.

El árbol no dice nada, pero los folios esparcidos en la mesa parecen mirarme. Los guardianes parecen inquietos.

—Vale, ya comprendo. Y dime, ¿a dónde te gustaría ir?

—A Marte.

—¿A Marte? —digo sonriendo y con los ojos bien abiertos.

—Sí.

—Vaya. Pensé que elegirías cualquier otro lugar… de la Tierra.

—No. Quiero ser el primero en visitar otros mundos. Primero Marte y luego el resto del Sistema Solar—. El platanero parece estar más inclinado aún, dibujando así un arco enorme. Si alguien lo mirara desde bajo seguramente se sorprendería.

—De acuerdo. A Marte entonces. Por cierto, ¿tienes nombre?

—Puedes llamarme Mike.

—Encantado de conocerte, Mike.

—Igualmente, Frank.

Reuní rápidamente los folios mientras sentía como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Miré a Mike sonriendo, y creo que él también lo hacía a su modo. Algunas de sus hojas estaban ya casi entrando por mi ventana. Cogí el bolígrafo naranja y me dejé fluir.

“Mike, un platanero sombra, observa a la Curiosity avanzar, y como esta va dejando en el terreno anaranjado un par de pequeños surcos a su paso. Se mueve lentamente, pero con una gran determinación. Se le ve muy afanada mientras Mike se pregunta divertido si acaso no reparará  pronto en él. Se imagina las caras de los humanos allí abajo, su reacción al otro lado de las cámaras desde la Tierra, todos con las bocas muy abiertas declarando haber descubierto vida extraterrestre. ¡Hay vida en Marte!, ¡Y se parece increíblemente a la terrestre! rezarían a las pocas horas los titulares en internet. Bueno, espero que lo haga rápido, piensa Mike, ya que pronto partiré a Saturno…”

Sigo escribiendo sin poder apartar la vista del papel mientras noto una leve caricia en el rostro.

Muchas gracias, susurro, mientras sonrío.

 

**Me apunto que se me ha escapado un párrafo en pasado.

Ahora estamos en paz (poema)

Ahora estamos en paz

―¡Señor, señor,

tenemos una emergencia!

―¡Cojones que susto!

¿Qué emergencia es esa?

―Pues verá, señor…

Se trata de un muerto,

que intenta

salir

de la tumba.

―Joder, ¿está intentando salir?

―Bueno, no estoy seguro del todo,

lo que sí hace es dar

buenos

sustos

al personal.

―¿Y cómo es eso?

―Pues verá:

cada par de días

al alba,

en la tumba en cuestión,

aparece la tierra

de la superficie

removida.

―¿Y?

―Y, que algunos hombres

aseguran haberlo visto.

Al parecer, saca un brazo

y empieza a agitarlo

de forma amenazante,

incluso asoma

a veces

la calavera.

―Y ¿dice algo?

―Sí… parece que grita,

o más bien gimotea.

―Y ¿qué es lo que dice?

―Pues…

―¿Sí? Habla, habla

hombre.

―Dice… «hijoputa», señor.

Bueno,

eso afirman los hombres,

yo no he sido testigo, como sabe.

―¿«Hijoputa»,

así, todo junto?

―Sí, pero lo hace con

un deje. Algo así:

«hijoopuuutaaa, hijoopuuutaaa».

―Vale, vale. Ya lo entiendo.

Y ya sé de quien se trata, además.

―¿Qué hacemos,

señor? ¿Qué recomienda?

―Bien, esto haréis:

buscad una bodega,

la más sucia que encontréis,

y haced que un hombre lleve

una botella de cristal vacía, y allí,

que se la rellenen

del vino más pobre y triste

que tengan,

bien avinagrado.

Este hombre

ha de llevar el vino a la tumba

y verterlo en

la tierra removida. Luego,

que le prenda fuego.

―¿Qué le prenda fuego, señor?

―Sí,

todo debe hacerse así,

tal como indico;

no debe de haber margen de error,

y así

el muerto quedará calmado,

al menos

durante un tiempo.

―¿Y hasta cuándo cree usted, señor?

―Hasta que él publique un nuevo libro,

me temo.