El descenso
Tiemblo mientras vomito todo mi ser, a cuatro patas en el suelo ardiente. No puedo dejar de llorar, mientras padezco un dolor indescriptible en mi alma y en todo mi cuerpo. Mi cabeza está llena de pensamientos débiles, terribles, desesperantes. Siento impotente como se desgarran y se descomponen las fibras y órganos de todo mi cuerpo. Porciones de mí se desprenden y caen en la roca, fundiéndose así con ella. Mis tripas crepitan al contacto con la superficie agrietada por la lava. Y todo lo caído se reemplaza rápidamente por pedazos de piedra y metal; materia emergente que se eleva y empieza a recubrir mis huesos cansados.
Ya completo, levanto la vista y más abajo los veo: seres inmundos que se desplazan, mientras arden, sin sentido aparente. Quiero odiarlos, pero ya están muertos; a ellos no parece importarles. Ya no existe en mí el miedo, la ira o el desprecio, aunque más allá del horizonte todo siga pareciendo rojo y negro.
Me yergo, renacido, y todos se detienen. Me miran mientras siguen ardiendo. Ahora ellos forman parte de mi nuevo ejército. Y mis alas destrozadas no volverán a crecer nunca más.